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domingo, 10 de mayo de 2015

Cuatro madres que no esperan flores ni regalos, ellas sólo piden justicia


María Alesia Sosa Calcaño recopiló testimonios de cuatro madres que no volverán a celebrar su domingo de la misma manera. Publicado en el portal web runrun.es, el trabajo relata la historia de mujeres que, al igual que numerosas madres del país, decidieron dejar de lado el duelo y tomar parte en la acción social contra la violencia.

Las cuatro perdieron a sus hijos en diferentes años, ocasiones y circunstancias, pero todas enfrentan la impunidad como enemigo común. Desde Hilda Paéz, quien perdió a su hijo Richard de 17 años en el Caracazo hasta Manuela Pérez, madre de Adriana Urquiola, todas compartieron cómo ha sido su lucha por encontrar a los autores de los crímenes y hacer escuchar sus denuncias.

Las cuatro son madres. Las cuatro coinciden en una cosa: dejaron atrás el llanto y lo convirtieron en acción para conseguir justicia por la muerte o detención de sus hijos. También tienen en común que su rol de madre cambió para siempre. Desde un día, que prefieren no recordar, su labor ya no es cuidar de sus hijos, sino velar porque se haga justicia en cada uno de sus casos. Desde El Caracazo hasta las protestas de 2014, distintos sucesos de la historia de Venezuela, marcaron la vida de estas cuatro mujeres, que ya no celebran el Día de las Madres como las demás.

Hilda Páez, mamá de Richard (17)
“Si no pude resolver el asesinato de mi hijo, trabajo para que se haga justicia en otros casos”
El 3 de marzo del 89, Hilda Páez se enteró que habían matado a su hijo mayor, Richard Páez, de 17 años. Lo mataron en Maca, Petare, los días posteriores a El Caracazo.



Han pasado 26 años, y a Hilda todavía se le aguan los ojos cuando habla del tema. “Nosotros vivíamos una vida muy feliz con nuestros dos hijos. Y de la noche a la mañana crearle a uno esa cosa, la pérdida de un hijo. Es como que uno pierde algo de uno mismo. Yo en ese momento quería morirme”, dice, a la vez que reconoce que no encuentra las palabras para describir el dolor que siente.

“A él le gustaba el deporte. Lo metí en karate, en beisbol. Yo siempre buscándole cosas a mis hijos para tenerlos en cosas muy bonitas, para que venga una persona así a matarlo como un perro. Bueno nos desgració la vida”, resume.

Ese día comenzó una lucha por buscar a los responsables de la muerte de Richard, que apenas era un joven que estudiaba cuarto año de bachillerato en el Liceo Gustavo Herrera.

El caso de Richard nunca se resolvió, los culpables no pisaron la cárcel por ese crimen, nunca se determinó quiénes fueron. Aunque su madre asegura que fueron unos funcionarios de la Policía Metropolitana. “Ninguno de los responsables del asesinato de mi hijo ha estado preso. Llevaron a unos supuestos policías a declarar y más nunca nos dieron respuesta. No hemos recibido justicia. Lo único que recibimos fue una indemnización, y eso no repara el daño de nuestro hijo. Ya después que le quitan la vida, ¿qué? No me lo van a revivir”.



Hilda dice que desde que “les llegó esa tragedia”, no ha dejado de trabajar. Al principio empezó a caminar por el sector donde vivía y donde mataron a su hijo, para que la gente conociera el caso, supieran quién era Richard y pedir justicia.

Tuvo que ir cientos de veces a Fiscalía, a Tribunales. En esas diligencias se encontró a otras madres que también habían perdido a sus hijos en esos días. Entonces, se organizaron y conformaron el Comité de Familiares de las Víctimas del Caracazo (Cofavic), una organización no gubernamental dedicada a la protección y promoción de los derechos humanos.

“Mucha gente me dijo que no me pusiera a trabajar en esto, que lo iba a recordar mucho y que lo que iba a ser era llorar. Pero, ¿qué iba a hacer yo en mi casa? A veces me daba cosa con mi esposo, porque no importaba lo que yo estuviera haciendo y me llamaban que había que ir a la morgue o a tribunales, a donde fuera, a La Peste, yo iba”.

Todavía no se explica de dónde le sale tanta energía, pero luego se responde y sabe que lo hace por su hijo. El dolor se transformó en acción. “Estábamos echando para adelante, y después me vino esta cosa tan terrible, cómo quitarle la vida a un hijo de uno. Yo me imaginaba que mi hijo me iba a enterrar a mi, y no yo a él. Dije, no me puedo quedar encerrada en mi casa. Hay que hacer tal cosa, ir para tal parte, para allá voy yo”.

Recuerda con nostalgia que su hijo era quien los iba a sacar adelante. “Todo lo que hicimos para levantar a nuestros hijos y vengan a quitarle la vida así. Vivíamos en un ranchito. Su papá medio leía y escribía, y yo sólo llegué a sexto grado. Su papá trabajando en latonería y pintura. Yo, trabajando en una escuela, para sacarlos adelante. Y que venga alguien así a quitarle la vida. No saben con la lucha con que nosotros lo habíamos sacado adelante. Su papá nunca fue a un colegio, y echando pa’ lante para que su hijo pudiera estudiar. Los ayudamos para que en un mañana no fueran iguales que nosotros. ”.

Lleva 26 años trabajando en Cofavic, y aunque no ha podido ver justicia en el caso de Richard, tiene otras satisfacciones. Cuenta que esa organización no se limitó a buscar justicia por las víctimas de El Caracazo, también trabajaron con familiares de víctimas de la masacre del Retén de Catia o del deslave de Vargas. “Yo digo, bueno Dios mío, si yo no pude resolver el caso de mi hijo, me queda la satisfacción que he trabajado por otras personas”.

Recuerda que el trabajo empezó por darle talleres de Derechos Humanos a los funcionarios de las policías del Estado. “Dios mío, ¿tú sabes lo que es darle talleres de DD HH a los policías que habían matado a mi hijo. Pero dije, aquí estamos, hay que dar esa enseñanza”, asegura. Cuenta que han llegado muy lejos, y que hizo cosas que jamás se imaginó, como encadenarse a las rejas de Miraflores para implorar que buscaran a los responsables de los eventos de febrero y marzo del 89. Cuando agotaron las instancias nacionales, llevaron los casos a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Hoy recibe a las personas que llegan a Cofavic para buscar apoyo y hacer su denuncia. Hilda, está en la entrada de la sede de la organización, en el departamento de documentación. Allí les toma los datos y recibe la denuncia. Dice que todas llegan desesperadas, y ella las calma, y sobre todo les dice que deben tener paciencia. “Les digo a las madres que tienen que calmarse. Yo las entiendo. Yo pasé por la misma desesperación con la que ellas llegan a Cofavic, pero han pasado 26 años y todavía el caso de mi hijo no se ha resuelto”.

Ella no pierde la esperanza, quiere que los responsables paguen. Para eso, cree que tiene que seguir trabajando.

En la organización, se encarga de acompañar a las madres a las diligencias que tienen que hacer y las enseñan cómo deben moverse frente al sistema de justicia para que las respeten. “Estoy muy triste porque hay muchas madres que estamos perdiendo a nuestros hijos. No quisiera que nuestra Venezuela siguiera en esta violencia. Yo trato de poner un granito de arena desde Cofavic”.

Además dice que en Cofavic ha encontrado una familia, se reúnen en Navidad y hacen actividades juntas.

“No tenemos esa alegría como antes. Aunque son muchos años. Uno tiene que visitar a su hijo al cementerio. No es igual. Cuando estoy con mi otro hijo y mis nietas es que nos alegramos un poco”, dice, y sólo entonces se le dibuja una sonrisa.


María Elena Delgado, mamá de Erasmo (15), Norkeliana (12) y Wilmer (40)
“Los delincuentes no matan al muerto nada más, matan a la familia completa”
María Elena Delgado ha vivido cada una de las muertes de sus hijos de forma distinta. Le han matado tres. Primero a Erasmo José, a los 15 años de edad, después Norkeliana del Milagro de 12 años, y luego el mayor, Wilmer, que tenía 40 años. Todos a tiros, en Petare, donde se criaron.

“Los delincuentes no matan al muerto nada más, matan a la familia completa”, asegurá María Elena Delgado.

Dice que siempre los recuerda, no hace falta que sea una fecha especial. “Es algo muy difícil, no es sólo el Día de la Madre o del Padre, sino en Navidad, y a cada momento uno los está recordando”.

María Elena es una mujer fuerte, no llora cuando habla de sus hijos muertos, pero tiene la mirada apagada, dice que no los olvida ni un instante. No sabe explicar el dolor.

Con cada uno, hizo la denuncia del asesinato, pero son sólo tres casos entre los miles y miles que la impunidad no permite cerrar.

“Cuando me mataron mi primer hijo, la cosa no fue tan complicada. Al principio el tipo se dio a la fuga. Aquello quedó muy dentro de mi. Supe sobrellevar la situación. Y cuando me dijeron que lo habían atrapado nunca lo vi”, dice y reconoce que no sabe si después lo soltaron.

Cuando asesinaron a Norkeliana, comenzó un verdadero Vía Crucis en el sistema judicial. “Fue un proceso horrible en los tribunales. Yo pasé maltratos, vejaciones y humillaciones”. Pero Delgado asegura que no se dejó ofender por los funcionarios, y siguió su proceso judicial.

Después supo que atraparon a uno de los muchachos. “Montaron un parapeto tan grande con el caso. Se llevaron un tribunal a la calle donde le habían dado los tiros. Llevaron escribiente, personal de balística, todo”. Ella estuvo encima de las diligencias del caso pero no tuvo suerte. El fiscal que la estaba atendiendo le respondió que quizás la ley divina era la que iba a llegar. “Y así pasó. Después me enteré que mataron a los muchachos, se mataron entre ellos mismos”. Aunque, inmediatamente reconoce que no cree en la “justicia divina” porque “Dios no mata, Dios sólo da la vida”.

Cuando le mataron el tercer hijo, ya había perdido la fe en la justicia. Solamente puso la denuncia del asesinato. “Como me dijeron los mismos policías: ‘Si los agarramos, después los sueltan”.


Dice con resignación que en Venezuela no hay justicia. “No quise seguir con eso. Siento que eso lo desgasta más a uno”. Repite, que en las diligencia del sistema judicial, lo que reciben las víctimas son maltratos. “¿Con la niña por qué me tenían que decir que era un ajuste de cuentas? Una niña de 12 años”. Más que dolor, eso le producía rabia.

A María Elena también le mataron un nieto y un sobrino. Dice que la impunidad y la violencia -fomentada por los propios gobernantes- es lo que tiene a los venezolanos matándose unos a otros.

“El problema es que las leyes no se cumplen. Ni para los delitos más pequeños. Uno se consuela uno mismo. No hay otra forma”.

Ella, que ha enterrado tres hijos, cree que la mejor manera de “procesar” ese dolor es hablando del tema y compartiendo con otras madres que han pasado por lo mismo.

Por eso coordina la Red de Apoyo entre madres víctimas secundarias de la Violencia. Es una organización para reunir a mamás que han perdido a sus hijos por la violencia desatada en el país. Se reúnen en la Universidad Metropolitana y dan apoyo, compañía y aliento a las madres que están pasando por ese dolor.

María Elena lleva consigo un panfleto que reparte por el barrio Unión de Petare, donde vive. El papel, -una fotocopia- reza lo siguiente: “Madre: no tienes que vivir tu dolor sola”.

Cree que si una madre se guarda ese dolor, se vuelve loca. Vuelve al tema de sus hijos: “Yo soñaba que mis hijos llegaran a ser profesionales y me superaran a mi. Es algo muy frustrante, uno piensa que se le acaba la vida, pero tiene que pensar en los otros hijos”.

Piensa en el día de las madres y aunque no lo celebra de ninguna forma especial, está convencida del único regalo que quisiera. “Para mí, el mejor regalo sería volver a ver a mis hijos. Eso sería lo más grande. Porque un regalo así material, no me apetece”.

**Para entrar en contacto con la Red de apoyo para madres puede escribir aredeapoyoporelcambio@gmail.com o llamar al 0412-9565337**





















Manuela Pérez, mamá de Adriana (28)
“Tenemos que exigir para que paguen los culpables. No denunciar nos hace cómplices”
Ella es la mamá de Adriana Urquiola, la joven asesinada el 23 de marzo de 2014 y que era intérprete de lengua de señas del noticiero Venevisión. Estaba embarazada de 7 meses. La mataron cuando trataba de cruzar una guarimba en la carretera Panamericana. El asesino, Johnny Bolívar, se molestó por la protesta, sacó un arma y disparó. Le dio en la cabeza a Adriana.

“Vivo para denunciar”, dice Manuela Pérez. Cuenta que su vida se paralizó el día que asesinaron a Adriana. Recuerda que los últimos meses fueron de pura ilusión. Se hablaba de un sólo tema en la casa: el bebé que Adriana estaba esperando. “Iba a ser el primer nieto, toda la vida giraba en torno a ese momento. Me imagino que le pasa a todas las abuelas”.

Pero pasó esto, y todo cambió. Tiene otra hija pero vive fuera del país.

“Mi vida está basada en lo elemental del ser humano, y el resto del tiempo, lo dedico a la denuncia”.

Manuela trabajaba en una empresa de importaciones, pero después del asesinato de Adriana paró de trabajar en eso. “No tengo ánimo, no hay espíritu para concentrarse en otra cosa”, explica.

Su tiempo transcurre investigando en redes, datos sobre el asesino de su hija, yendo a tribunales, a los medios de comunicación. “También busco el por qué. Aún no consigo la respuesta para explicar que él está libre, aunque tiene 24 años de sentencia por secuestro y estafa. No hay funcionario que me de la razón”.

Manuela reconoce que más de un año después, se levanta todas las mañanas y llora. También dice que ha recibido apoyo y solidaridad de muchos entes del Estado. Pero exige mucho más que eso. “Con las lágrimas y la solidaridad de los funcionarios no me basta, yo lo que quiero es que se haga justicia, que él sea enjuiciado y pague, para yo poder tener paz”.

El caso de Adriana -recalca su mamá- es un caso de simple delincuencia.

“Tuve la suerte de que el asesino de mi hija fue identificado, muchas madres nunca saben quién mató a sus hijos. Eso me hace querer llegar al final de todo esto”.

Sabe que su vida nunca va a ser la que fue porque nadie le va a devolver a Adriana, pero está segura que cuando se haga justicia, tendrá un poco de paz y tranquilidad.


Desde que, siete días después del asesinato, se emitió la orden de captura de Johnny Bolívar, el juicio no ha avanzado más.

“No comprendo por qué no es posible determinar si está dentro o fuera del país”, declara.

La madre de Adriana todavía cree que esto es un mal sueño. “Hay veces que me levanto y pienso que estoy en una película. Todavía no puedo creer que hablo de mi hija como un muerto. Me cuesta mucho aceptarlo”, confiesa.

Se convence de que su hija cumplió con la misión que tenía en la vida. “Creo que ella tenía una misión, y a mi también me dejó una tarea, que es resolver este caso, y que esa persona pague”.

A las madres que están pasando por esto, les recomienda que sólo queda el consuelo de conformarse, y seguir. “Tenemos que exigir y que se haga lo que se tenga que hacer para que paguen los culpables. No denunciar nos hace cómplices”.

Este año no saben qué van a hacer el día de la madre. No hay planes. Siempre se reunían, toda la familia, pero la vida de Manuela cambió.

“Yo sigo viviendo hasta que Dios disponga. No sé si este caso me cambió la vida para que hiciera una fundación o algo parecido, para sacar algo positivo de esto”.





















Ingrid Mantilla, mamá de Rosmit (26)
Como madres tenemos que seguir por ellos, por los ideales de los hijos muertos o presos”

Ingrid es la mamá de Rosmit Mantilla, preso desde el 2 de mayo de 2014. Mantilla es activista de Voluntad Popular y defensor de los derechos de la comunidad Lesbiana, Gay, Bisexual y Transexual (LGBT). Se lo llevó detenido una comisión del Sebin, que entró a su casa de Caricuao, en Caracas, por una supuesta denuncia que habían recibido de un patriota cooperante. Hoy está imputado por asociación para delinquir y obstrucción de las vías públicas.

La audiencia preliminar de su caso se suspendió once veces. Nueve meses después de su aprehensión, el juez anunció que sería juzgado en tribunales y que debía permanecer preso en el Helicoide. El juicio aún no comienza.Fue ocho días después de su detención, que la dejaron verlo.

“Lo primero que me dijo apenas fue: ‘No me reclames nada, todo esto lo aprendimos en la casa”.

Ingrid dice que todos sus hijos son unos luchadores, preocupados por el país y muy activos. “Nunca tuve miedo de que lo detuvieran porque esos valores se los inculcamos en la casa. Orgullo sí, mucho orgullo”, reconoce.

La mamá de Rosmit vive en San Cristóbal, estado Táchira y tuvo que dejarlo todo y mudarse a Caracas para ocuparse del caso de su hijo.

“Yo trabajaba y dejé mi trabajo para dedicarme solamente a esto. Tengo que estar visitando medios, estar detrás de los abogados, ir a tribunales, a la Fiscalía, ir a muchos sitios, no me doy a basto”.

Sólo puede verlo dos veces a la semana, los miércoles y los sábados. A veces no puede aprovechar el día de visita porque debe atender diligencias del caso de Rosmit, audiencias de otros estudiantes o reuniones con otros padres. “Uno tiene que aprender a ser madre, periodista, buscar todas las noticias de su hijo. Dejas de ser madre, para ser de todo: periodista, policía, abogado, de todo”.


Rosmit es el mayor de tres hijos. Tiene dos hermanas menores. Los tres son estudiantes universitarios. Él estudia comunicación social en la Universidad Santa María, pero tiene un año sin ir a clases, desde que está preso.

Su mamá recuerda que desde muy pequeño, Rosmit declaró su tendencia homosexual y todos en la casa se la respetaron. “Mi hijo es así y se lo respeto. El amor de madre no distingue si mi hijo es gay, perfecto, enfermo. El dolor que yo siento es el mismo que siente la mamá de Leopoldo López, y la mamá del señor Gilberto. Es igual para todos”, explica.

Ella dice que llora mucho en las noches, pero ese llanto lo convierte en lucha al día siguiente. Repite como un mantra que no puede echarse en una cama a llorar.

“Si nuestros hijos están allá adentro, porque quisieron hacer justicia por su país, nosotros tenemos el deber de que ese trabajo de ellos no se pierda. Como madres tenemos que seguir por ellos, por los ideales de los hijos muertos o presos. No podemos darnos el lujo de llorar”.

No quiere celebrar este año el día de la madre. “No podría. Él está preso y mi corazón no me da para celebraciones. Yo estoy guardando todas esas fechas, su cumpleaños, el nacimiento de mi nieto, para cuando salga mi hijo. Ese día va a haber una fiesta en los corazones de toda la familia”.

Como Hilda, María Elena, Manuela e Ingrid, miles de madres venezolanas no celebran este día. Esperan que se haga justicia en los casos de sus hijos que fueron asesinados o encarcelados injustamente.



“Hoy muchas madres pasan su día separadas de sus hijos por la crisis”

























En el Día de las Madres, el concejal de Baruta Luis Somaza realizó un recorrido por diversas iglesias del municipio para homenajear la ardua labor que realizan muchas mujeres para sacar a sus hijos adelante pese a las adversidades que vive el país.
“Feliz Día las Madres a nuestras mujeres venezolanas que son luchadoras y tan especiales en nuestras vidas. También mi abrazo de fortaleza para muchas madres que hoy lamentablemente pasan su día separadas de sus hijos por la terrible crisis que atraviesa Venezuela, aquellas que se han visto obligadas a distanciarse de sus hijos porque que se van del país o que el hampa y la represión del régimen se los ha arrancado”, indicó.
En la actividad Somaza obsequió más de mil flores como símbolo de agradecimiento a las mamás baruteñas y también tuvo la oportunidad de compartir con ellas elevando un mensaje de esperanza y cambio por una mejor Venezuela. 
“Es doloroso ver como el régimen de Nicolás Maduro humilla a las madres venezolanas y las pone a sufrir en interminables colas, además las marcan en el brazo para comprar la comida que le llevan a sus hijos al hogar. Esta dura situación debe cambiar urgente y nuestras mujeres están alzando la voz porque ya no aguantan más tanto abuso por culpa de un gobierno ineficiente y corrupto”, dijo.
También el concejal de Baruta dio inicio a la campaña “Unidos en Oración por Venezuela” y repartió una importante cantidad de marca libros dedicados a tres vírgenes emblemáticas del país: La Virgen de Coromoto, la Virgen Del Valle y la Divina Pastora para que los fieles encomienden sus súplicas por la liberación de los presos políticos y el progreso del país.
Via prensa.

“El gran problema del populismo es el terror psicológico y mental que deja”

























En una charla informal y con un salón a reventar de jóvenes y de ejecutivos que se organizaron como pudieron, incluso sentados en el piso, Gloria Álvarez se presentó en la Torre Credicard de Caracas para exponer el mensaje que la ha hecho reconocida en el continente latinoamericano: los problemas del populismo en la región.
Esta politóloga guatemalteca de 30 años de edad, que se dio a conocer por su discurso en el Parlamento Iberoamericano de la Juventud en Zaragoza, España, vino de visita a Venezuela a realizar una serie de conferencias para presentar las diferencias entre “la República y el Populismo” en América Latina.
Álvarez comenzó su presentación explicando, lo que a su juicio, son los errores o “fracasos” de los sistemas políticos en los diferentes países de esta parte de planeta. Dividir a la sociedad con odio, eliminar los poderes legislativos para evitar oposición, comprar jueces, ampliar los empleos estatales para extorsionar a los aliados, reformar la constitución, poner límites en la propiedad privada, eliminar la libertad de prensa y de expresión y la anulación del individuo fueron algunos de los muchos puntos expuestos para concretar una definición de lo que al populismo se refiere.
“Muchos líderes han aplicado la idea de exaltar a una figura para que los guíe. Y para aquellos que no pensamos igual y no queremos someternos a ideas burocráticas y corruptas nos catalogan de egoístas, ‘capitalistas’ o imperialistas”, dijo.
La politóloga advirtió que el gran problema con el populismo se basa en aplicar terror psicológico y mental para buscar exaltarlos como “salvadores” o defensores de los derechos del “pueblo”.
Aseguró que los gobiernos utilizan tres tipos de enemigos para aplicar el miedo en las personas. “El primero son los ‘anteriores’, gobiernos corruptos que son los responsables de las crisis sociales. El segundo son las ‘amenazas internas’, que son la burguesía, las empresas privadas o la derecha. Y por último la ‘exterior’, aquel discurso que incluye a los imperios la CIA, entre otros”, detalló.
Vía El Nacional.
Álvarez considera que los gobiernos populistas no terminarán en Latinoamérica hasta que los pueblos decidan establecer los principios de la república, que se basan en los derechos a la vida, la propiedad privada y la libertad.
“Es difícil vivir en libertad en tu país cuando te limitan demasiado, pero es ahí donde se comienza”, declaró.
Su visión de Venezuela
El acceso a la joven politóloga durante su estadía en el país fue casi imposible por sus compromisos laborales con su programa de radio que transmite vía Skype para Guatemala. Sin embargo, aparte a los conversatorios, respondió un par de preguntas que generan intriga en la población venezolana.
Aunque durante su presentación Gloria Álvarez evitó señalar directamente al gobierno nacional, comparó irónicamente la situación país con naciones como Ecuador, Bolivia, Cuba y Guatemala. En algunas ocasiones la politóloga aseguró que el Estado venezolano es uno de los “varios ejemplos en América latina” de lo que es un gobierno populista.
Por otro lado sí criticó a la oposición venezolana, al asegurar que falta una propuesta clave para poder servir como un gobierno alternativo para los venezolanos.
“Es necesario que la oposición se base en las claves de la república y de explicarle a las personas lo que de verdad significa”, precisó.
Álvarez también resaltó que si la única propuesta de la oposición es unas las elecciones deben determinar la importancia del cargo y en qué puede ayudar a las personas.
“Este año hay unas elecciones parlamentarias. Es necesario que la oposición deba decirle a la gente cuál es su función y que podría ayudar”, dijo.

La formación del país está en manos de profesionales mal pagados

























“¿Estamos a salvo o estamos a punto de cometer un error?”, pregunta Eduardo Requena a un grupo de estudiantes sobre una fórmula matemática que acaba de escribir con tiza en la pizarra. Es un repaso de la clase anterior. Nadie responde. Otros cinco jóvenes entran retrasados al salón, distraídos por el partido de fútbol del Barcelona.
Una frase sacude su mente: “Uno está atrapado entre el querer y el deber”. Requena es de los pocos profesores que quedan en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Venezuela. No tiene intenciones serias de irse, pese a que el bajo salario que recibe por ser docente e investigador matemático lo obliga a buscar otras vías de supervivencia.
El licenciado en Matemáticas, cuasi magíster y padre de dos hijos se divide entre dar clases de cálculo a 60 alumnos en la Universidad Experimental Politécnica, en La Yaguara, y enseñar a otros 60 en la UCV. En la primera institución es profesor asistente y en la segunda es instructor a tiempo convencional. Con ambos trabajos hace 13.600 bolívares al mes. En la UCV 63% de los 4.278 docentes están en la categoría de instructores y asistentes y como él ganan menos del salario mínimo.
Le preocupa un bote de aceite que tiene su moto —la que lo lleva de la Unexpo a la UCV diariamente—, por el alto costo de reparación. Apenas aprendió a manejarla hace cuatro años cuando la inflación esfumó su deseo de comprar un carro. Un pequeño block de notas y un libro de Matemáticas raído por el tiempo lo acompañan a su clase. “Desde hace dos o tres años no compro libros, ya no voy al teatro. Hace dos diciembres que no me compro zapatos ni hacemos grandes mercados en la casa”, dice Requena mientras inhala un cigarro, hábito que no abandona a pesar de le quita gran parte de uno de sus salarios.
Solo da clases de lunes a jueves. Los viernes le corresponde comprar productos regulados de primera necesidad según el terminal de su cédula. 17.118 bolívares gasta mensualmente para pagar servicios, el colegio de su hijo adolescente y la comida, lo que equivale a 86% del presupuesto familiar. Junto a su esposa, quien trabaja como higienista dental, ganan alrededor de 20.000 bolívares mensuales.
“Para hacer ciencia tienes que tener tu mente allí; no puedes estar pensando en lo que falta del mercado o que te van a asaltar. La docencia nunca decepciona, lo que molesta son las condiciones. Cada día tienes que pensar más en las cosas que no deberías estar pensando”.
Un maestro que se rebusca
dando clases en el jardín
Óscar Dorta, 27 años de edad, profesor de bachillerato, siempre confió en que ser maestro tenía tanto poder como para cambiar el destino de un joven. Hoy dicta clases particulares para rebuscarse fuera del liceo bolivariano Eduardo Crema, donde trabaja formalmente como uno de los tres docentes que enseña Matemáticas a una matrícula de 1.400 adolescentes.
En uno de los patios del Instituto Pedagógico de Caracas está su otro trabajo. Los jardines son un aula improvisada para dar clases particulares. Dejó de ir a la casa de sus estudiantes por la inseguridad y para evitar los gastos que implica trasladarse de un sitio a otro. Son 250 bolívares la hora y no acepta que sea por menos tiempo.
Tampoco los recibe en su casa, donde vive con su esposa “arrimados” con su mamá, su padrastro, su hermano menor y una tía. “Nadie nos quiere alquilar porque mi sueldo es la mitad de lo que cobran por un apartamento. O comemos o nos movemos o pagamos la casa”, dice Dorta, quien el próximo año obtendrá su título de profesor de Matemáticas en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador. Como él, 29.314  bachilleres del país trabajan como docentes sin estabilidad laboral ni salarios dignos.
Trabajando como docente bachiller contratado en el liceo Eduardo Crema devenga 5.600 bolívares al mes, 25% menos del salario mínimo, que se ubicará a partir del 1° de julio en 7.421 bolívares. Con las clases particulares ha llegado a ganar 6.000 bolívares al mes.
Con el sueldo de su esposa, profesora de Biología en dos liceos, escasamente llegan a los 12.000 bolívares fijos. La última vez que se fueron de vacaciones fue hace dos años a Mérida, cuando se casaron. Aún no tienen hijos.
“Divido mi sueldo en porcentajes. Tanto es para la comida, tanto para reunir a ver si a final de año nos vamos a Chichiriviche, y así”.
Dorta está convencido de que para ser docente en la Venezuela actual “hay que tener los pantalones bien puestos”. Su trabajo lo ha expuesto a la delincuencia en la Cota 905 y a condiciones adversas para enseñar. En el liceo Eduardo Crema no sirven los baños y los estudiantes suelen hacer sus necesidades en los salones como acto de rebeldía.
“He tenido estudiantes que me dicen: ‘Profe, quiero ser mototaxista, eso da dinero’. Pero después te sientes orgulloso porque cuatro años después ves que uno de ellos se hizo médico residente. Eso es lo que uno busca”. 
Sacrificio en la enseñanza
a tiempo completo
Alida Contreras es médico veterinario, doctora en Ciencias Agrícolas de la Universidad Central de Venezuela y profesora titular de la Universidad Nacional Experimental Rómulo Gallegos desde 1994. Antes de cada clase barre el salón para no pisar la basura. En el aula solo cuenta con su discurso, porque el video beam del aula se lo robaron hace un tiempo, junto a su computadora personal que actualmente cuesta más de 40.000 bolívares. En la universidad no funcionan ni los baños.
Hace poco alcanzó el máximo escalafón académico luego de haber presentado varios concursos de oposición; sin embargo, aún recibe un salario como docente asociada de 13.300 bolívares, lo que equivale a menos de 2 salarios mínimos. La prima que debería recibir por su doctorado puede demorar un año o más porque está sujeto a la disponibilidad presupuestaria.
“En 2001 ganaba nueve salarios mínimos y con sacrificio compré mi apartamento. Hoy es una posibilidad negada a cualquier profesor joven”.
Con los descuentos que le hacen por el seguro médico de la universidad —que apenas ronda los 10.000 bolívares— y otros beneficios recibe 4.500 bolívares quincenales, lo que se va en el pago del condominio y de algún otro servicio de la casa. “Si no tuviera a mi esposo, que trabaja en el área de la construcción y gana un poco más que yo, no sé cómo viviríamos”.
Desde muy joven, Contreras aspiraba a convertirse en docente universitaria por las oportunidades que en la década de los ochenta tenían otros colegas para optar a becas e incluso ir al extranjero. Recuerda que en el año 2000 logró asistir a un congreso en Cuba, donde vio que los profesores vendían perfumes o tejidos hechos por ellos mismos para rebuscarse. “Y ahora eso nos llegó a nosotros. En lugar de estar en sus laboratorios, los científicos están viendo cómo redondean el sueldo para sobrevivir”, lamenta Contreras.
Hace 15 años se quedó sin cubículo por una remodelación inconclusa, también le niegan dinero o transporte para los trabajos de campo. La universidad tampoco le ofrece servicios para mejorar su calidad de vida: “Soy hipertensa y la Rómulo Gallegos no tiene farmacia. Como mi hija es profesora en la UCV voy a esas farmacias y tengo 80% de descuento, pero casi nunca tienen nada. Voy saltando de una farmacia a otra”.
Las cifras 
6.500
bolívares mensuales devenga un profesor instructor (con licenciatura, inicio de posgrado y concurso de oposición) que trabaja a tiempo completo en una universidad.
16
meses tienen los trabajadores universitarios sin recibir aumento de salario.
20.919,53
bolívares cuesta la canasta alimentaria y 35.124 la cesta básica familiar, según datos de Cendas de marzo 2015

¡Lo que faltaba! Escasean reactivos para pruebas de embarazo
























Con la escasez de pastillas y condones, la demanda de pruebas de embarazo se ha incrementado 50%, dijo Yoselin Fernández, bioanalista de un laboratorio en Los Palos Grandes. Sin embargo, no pueden atender todas las solicitudes por falta de materiales: “No hay tiras para las pruebas de embarazo y cuando las conseguimos el precio ha subido 100% con relación al mes anterior”.
Señaló que la falta de medicamentos ha generado el aumento de exámenes de laboratorios debido a que los pacientes crónicos quieren verificar su estado de salud. Explicó que la falta de levotiroxina ha hecho que aumente el número de perfiles tiroideos solicitados y la ausencia de medicamentos para la diabetes ha elevado la cantidad de exámenes de hemoglobina glucosilada.
Los encargados de laboratorios señalan que no disponen de suficientes reactivos para estas pruebas porque no se están importando las cantidades necesarias. “La situación es muy difícil para conseguirlos porque no hay disponibilidad, en particular para la pruebas especiales”, apuntó.
Fernández indicó que de contar con un proveedor de todos los reactivos, ahora trabajan con 15 o 20 para comprarle a quien los tenga disponibles. Lamentó que por la falta de reactivos han tenido que dejar de prestar el servicio en algunas ocasiones o desmejorar la calidad.
Con información de El Nacional

martes, 5 de mayo de 2015

Rodillas en tierra y callados la boca por @AntonioERivasR





















A las cinco de la mañana empieza a formarse la cola en la acera frente a la agencia del Banco de Venezuela. Estudiantes, jubilados, amas de casa, obreros, ingenieros, maestros, enfermeras, sin distingo de edad ni nivel académico pasaran días tramitando una cuenta bancaria, una tarjeta de crédito y un cupo que les permita tomar algo de sus ahorros y retomar el plan de viajar al exterior que ya tenían cuadrado con otro banco. Hay que justificar bien el viaje. Salud, educación, turismo o visitar a familiares, sea cual sea el motivo todo debe estar bien documentado. El anhelo del viaje da fuerzas para esperar bajo el sol, tragando el humo de los carros, turnándose para buscar algo de comer, de tomar, e ir a algún baño cerca. Hay un murmullo de quejas, hay alguno que hace un chiste, hay uno que voluntariamente trae agua a los demás. Todos esperan. Luego de ocho horas, algunos han podido finalizar el trámite, a otros les dicen que deben volver otro día, a empezar la cola otra vez. Un grupo se apresta a correr una vez que ya les han dado respuesta, cualquiera que sea. Según el número terminal de su cédula de identidad venezolana, ese día tienen permiso de comprar enFarmatodo.
Así, el gobierno logró su cometido poco a poco: tener a todo el país de rodillas. Nadie come, si no besa la mano del gobierno. Cada día de la vida del venezolano se ha convertido en una cadena de humillaciones.
Los derechos humanos en Venezuela no existen. La tasa de homicidios en el país evidencia que el gobierno no puede garantizar ni el derecho más elemental: el derecho a vivir.  El que está vivo no pude enfermarse porque clínicas y hospitales están cada vez en condiciones más precarias. El derecho al trabajo es una utopía. Trabajar en un organismo del Estado es un perpetuo escrutinio al espacio personal y una condena a participar de firmazos, marchas, y cuanta actividad partidista esté en la agenda del amilanado PSUV. En el sector privado las opciones son cada vez más reducidas y aumenta el porcentaje de quienes emigran “a lo que sea”, especialmente en los jóvenes.
Aun así, si un venezolano logra mantenerse con vida, goza de buena salud, tiene un empleo y lo conserva, entonces tiene pleno derecho a comenzar el calvario. Los días se van pidiendo permisos para ausentarse del trabajo porque llegó la leche, o la carne, o el pollo, y regresando temprano a casa antes de que caiga la tarde, pues la delincuencia empeora en la noche. “En Venezuela se consigue de todo” dicen, “pero se va la vida buscándolo”. Comida por cupos, por raciones, por número de cédula y haciendo colas. Viajes solo justificados, también por cupos, con trámites antes y después, y estudios en el extranjero solo en carreras permitidas. Y ahora inventaron también el Cadivi de las medicinas. No se puede pensar en adquirir un carro y no hablemos de pensar en tener una vivienda propia quien no la tiene. La vida del venezolano es el día que transcurre. El mañana es incierto.
Entonces viene la verdadera maldad, la bajeza, la perversión cruel e inhumana. La propaganda bélica del gobierno repite sin cesar que aquel que atente contra esta paz, contra esta armonía, será catalogado como un terrorista, un desestabilizador, un traidor, un conspirador y un golpista. Quien proteste tendrá su lugar asegurado en el confinamiento oscuro del Sebin o será bañado en heces en Ramo Verde. Y peor aún, el que hable de corrupción y la denuncie con pruebas desaparecerá como Alcedo Mora.
Solo les queda un terreno por conquistar: que la desmoralización que vacía las calles también vacíe las urnas electorales. Que el silencio llegue hasta el voto. La consigna del gobierno está clara: pueblo rodillas en tierra y callados la boca.

Antonio Rivas  –  @AntonioERivasR

La “soberanía alimentaria”, un monstruo de siete cabezas

























La soberanía alimentaria es una ilusión de múltiples caras. Tiene líneas rectas en caída de manufactura y distribución de productos que se confunden con picos altos de aumentos de presupuestos. La memoria y cuenta 2014 del Ministerio de Alimentación es un esbozo claro de números contradictorios y una realidad que no puede ser ocultada. En el documento entregado ante la Asamblea Nacional las importaciones son líderes, la producción local subestimada y grandes proyectos no son ni recordados. 
El monstruo de la Misión Alimentación es la Corporación de Abastecimiento y Servicios Agrícolas, S.A. “La Casa, S.A.”. Las cifras son escandalosas. Logró representar el 53% de la distribución en 2014 al pasar de un millón 889 mil 340 toneladas a dos millones 519 mil 337 durante el último período, lo que es igual a 33,34% de incremento. A grandes rasgos parece una gestión positiva. La historia para la producción nacional es otra. El 92,74% del presupuesto del ente fue destinado a la importación de productos terminados. Apenas el 0,32% se empleó para la compra de materia prima y el reacondicionamiento de plantas industriales. El 6,95% restante correspondió a gastos administrativos.
Estos datos coinciden con los reiterados alertas que el sector agroindustrial ha hecho. Las restricciones para el acceso de insumos son cada vez mayores. La prioridad ha sido abastecer el mercado con productos importados y los convenios con Petrocaribe, Nicaragua, República Dominicana y El Salvador por compensación petrolera equivalente a tres mil 239 millones 124 mil 193 dólares, fueron determinantes.
La partida inicial de La Casa, S.A. de 32 mil 266 millones 275 mil 911 bolívares no fue suficiente para garantizar la tan promocionada soberanía alimentaria. El presupuesto fue modificado 11 veces y alcanzó el monto de 69 mil 521 millones 530 mil 238 bolívares, lo que representa un 115,46% de aumento, y estuvo 48,3% por encima de lo asignado en 2013.
Con información de El Carabobeño. 

Venezuela, el paraíso del “bachaqueo” de productos básicos

























Los bachacos en Venezuela son hormigas enormes que transportan en fila grandes cantidades de alimento. El habla coloquial se inspiró en ellos para acuñar a los “bachaqueros”, contrabandistas y vendedores ambulantes que compran productos subsidiados por el gobierno socialista para revenderlos en un mercado negro omnipresente.
Una empinada escalera de hormigón que aparece de la nada en una sinuosa carretera de una barriada popular del oeste de Caracas conduce a una oscura chabola de paredes de ladrillo y techo de zinc, hogar de Susana, una “bachaquera” de 32 años y madre soltera de cinco hijos.
Hace año y medio, harta de que la inflación -que ya se acerca al 100% anual- devorara sus modestos ingresos, Susana se embarcó en la venta ilegal de leche, harina o pañales, algunos de los productos en falta crónica.
Su rutina empieza a las dos de la mañana, cuando baja del cerro y hace horas de cola en supermercados donde, valiéndose de contactos o artimañas como la duplicación de cédulas de identidad, sortea el racionamiento y accede a más mercancía.
Luego lo revende en la calle o de casa en casa hasta cinco veces más caro a gente que no tiene tiempo o ganas de hacer la fila y ya está resignada a pagar más.
“En un día puedo ganarme hasta 6.000 bolívares (casi un salario mínimo mensual), mucho más de lo que ganaba antes”, explica en la penumbra de su pequeña sala de estar.
- Estimular la demanda -
El término “bachaquero” se empezó a usar para referirse a los contrabandistas que cruzan a pie la frontera con Colombia, en el occidente del país, cargados con bidones de la gasolina más barata del mundo y bultos con alimentos, aprovechando el diferencial cambiario entre ambos países.
Pero el desplome del precio del petróleo, la drástica reducción de las importaciones en un país que produce poco y la tentación de comprar productos tasados a dólar oficial y revenderlos hasta diez veces más caros han generado una escasez sin precedentes en los supermercados y un poderoso “bachaqueo” interno.
El gobierno de Nicolás Maduro considera ese fenómeno como parte de una “guerra económica” de los empresarios y la oposición, mientras que sus adversarios aseguran que es consecuencia de las distorsiones de una economía de controles, expropiaciones, corrupción, ineficiencia y expansión de la liquidez monetaria.
“Cada vez acude más gente al mercado negro, en la medida en que aumenta la escasez y hay más colas, producto a la vez del bachaqueo”, explica a la AFP el economista Luis Vicente León, director de la encuestadora Datanálisis.
“Cuando controlas el precio y obligas a vender a un precio menor al precio de equilibrio generas un exceso de demanda. Le estás entregando un estímulo a las personas para que compren mucho para reservar en su hogar o para revender y obtener ganancias excedentarias”, agrega.
Ante la escasez intermitente de la mayoría de los productos básicos, los venezolanos se ven obligados a destinar decenas de horas cada semana recorriendo supermercados y tiendas para abastecerse.
La situación no es tan crítica en los productos no regulados por el gobierno, pues importadores y vendedores pueden sacarle mayor margen de beneficio y ajustar su precio a la inflación o a la devaluación del bolívar en el mercado negro de divisas.
Así, por ejemplo, se da la paradoja de que en algunos comercios no haya agua mineral, leche o pollo, pero sí bebida energizante, salmón o los mejores whiskies del mundo.
- “El sistema me empuja a venir” -
Pocos hoy son ajenos al mercado negro, que opera en puestos ambulantes ante la pasividad de la policía, pero también por las redes sociales o con revendedores a domicilio, como ocurre con los cambistas que llevan a las casas los “dólares negros”, 45 veces más caros que el dólar oficial, de difícil acceso.
Sin ganas de “perder el tiempo para nada” en largas colas, la diseñadora gráficaNathalie Loreto ha decidido ir a comprar medicinas para sus hijos a la redoma de la barriada popular de Petare, en el este de Caracas.
“Aquí se consigue todo lo que no consigues en los supermercados de nuestra zona”, explica.
Sobre mantas en el piso o tarimas improvisadas, de pie o sentados, bajo un sol que raja la tierra o a la sombra de toldos, centenares de hombres y mujeres administran sus improvisados puestos distribuidos en varias calles y ofrecen productos de todo tipo en medio de un gran alboroto de caos vehicular, transeúntes y gritos.
“Yo no critico a los bachaqueros. Al venezolano común no le alcanza el sueldo y tienen que rebuscarse”, es decir, buscar alternativas de ingresos, asegura esta mujer de 37 años.
Mientras habla, su mirada se posa sobre un paquete de “Fama de América”, un café que tuvo gran prestigio y ahora es una rareza difícil de encontrar, aunque -según el envoltorio- está “Hecho en socialismo”.
El “bachaquero” le pide 100 bolívares, más del doble que en el mercado regulado. Nathalie suspira y se adentra por las callejuelas.
Con información de La Patilla. 
 
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