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martes, 5 de mayo de 2015

Rodillas en tierra y callados la boca por @AntonioERivasR





















A las cinco de la mañana empieza a formarse la cola en la acera frente a la agencia del Banco de Venezuela. Estudiantes, jubilados, amas de casa, obreros, ingenieros, maestros, enfermeras, sin distingo de edad ni nivel académico pasaran días tramitando una cuenta bancaria, una tarjeta de crédito y un cupo que les permita tomar algo de sus ahorros y retomar el plan de viajar al exterior que ya tenían cuadrado con otro banco. Hay que justificar bien el viaje. Salud, educación, turismo o visitar a familiares, sea cual sea el motivo todo debe estar bien documentado. El anhelo del viaje da fuerzas para esperar bajo el sol, tragando el humo de los carros, turnándose para buscar algo de comer, de tomar, e ir a algún baño cerca. Hay un murmullo de quejas, hay alguno que hace un chiste, hay uno que voluntariamente trae agua a los demás. Todos esperan. Luego de ocho horas, algunos han podido finalizar el trámite, a otros les dicen que deben volver otro día, a empezar la cola otra vez. Un grupo se apresta a correr una vez que ya les han dado respuesta, cualquiera que sea. Según el número terminal de su cédula de identidad venezolana, ese día tienen permiso de comprar enFarmatodo.
Así, el gobierno logró su cometido poco a poco: tener a todo el país de rodillas. Nadie come, si no besa la mano del gobierno. Cada día de la vida del venezolano se ha convertido en una cadena de humillaciones.
Los derechos humanos en Venezuela no existen. La tasa de homicidios en el país evidencia que el gobierno no puede garantizar ni el derecho más elemental: el derecho a vivir.  El que está vivo no pude enfermarse porque clínicas y hospitales están cada vez en condiciones más precarias. El derecho al trabajo es una utopía. Trabajar en un organismo del Estado es un perpetuo escrutinio al espacio personal y una condena a participar de firmazos, marchas, y cuanta actividad partidista esté en la agenda del amilanado PSUV. En el sector privado las opciones son cada vez más reducidas y aumenta el porcentaje de quienes emigran “a lo que sea”, especialmente en los jóvenes.
Aun así, si un venezolano logra mantenerse con vida, goza de buena salud, tiene un empleo y lo conserva, entonces tiene pleno derecho a comenzar el calvario. Los días se van pidiendo permisos para ausentarse del trabajo porque llegó la leche, o la carne, o el pollo, y regresando temprano a casa antes de que caiga la tarde, pues la delincuencia empeora en la noche. “En Venezuela se consigue de todo” dicen, “pero se va la vida buscándolo”. Comida por cupos, por raciones, por número de cédula y haciendo colas. Viajes solo justificados, también por cupos, con trámites antes y después, y estudios en el extranjero solo en carreras permitidas. Y ahora inventaron también el Cadivi de las medicinas. No se puede pensar en adquirir un carro y no hablemos de pensar en tener una vivienda propia quien no la tiene. La vida del venezolano es el día que transcurre. El mañana es incierto.
Entonces viene la verdadera maldad, la bajeza, la perversión cruel e inhumana. La propaganda bélica del gobierno repite sin cesar que aquel que atente contra esta paz, contra esta armonía, será catalogado como un terrorista, un desestabilizador, un traidor, un conspirador y un golpista. Quien proteste tendrá su lugar asegurado en el confinamiento oscuro del Sebin o será bañado en heces en Ramo Verde. Y peor aún, el que hable de corrupción y la denuncie con pruebas desaparecerá como Alcedo Mora.
Solo les queda un terreno por conquistar: que la desmoralización que vacía las calles también vacíe las urnas electorales. Que el silencio llegue hasta el voto. La consigna del gobierno está clara: pueblo rodillas en tierra y callados la boca.

Antonio Rivas  –  @AntonioERivasR

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